El Movimiento Interrumpido hacia la Madre: La Raíz del Vacío Existencial

He llegado a montar y colgar yo solo muebles de Ikea que pesaban varias decenas de kilos con tal de no pedir ayuda. Lo detesto. No es una preferencia, es una reacción visceral. Y durante mucho tiempo, pensé que era una simple manía, una excentricidad de mi carácter.

Esta aversión a pedir ayuda viene de lejos. Recuerdo con una mezcla de cariño y de un «horror sano» los días en que mi madre obligaba a mi padre a hacer de chapuzas en casa. Inevitablemente, yo era su ayudante. Nadie más. Me admiraba su precisión, era capaz de soldar un cable de menos de un centímetro… si yo lo sostenía con mis dedos, aguantando el quemazón. Pero lo que más recuerdo no era el dolor, era su energía. Mi padre, mientras trabajaba, estaba enfadado. No conmigo. Con el mundo. Y yo, un niño pequeño, estaba a su lado, sosteniendo un cable al rojo vivo, bañado en esa rabia silenciosa.

Lo lógico sería que, como comportamiento aprendido, yo necesitara un ayudante para todo. Pero mi reacción fue la contraria: una autosuficiencia feroz. Y sin embargo, ni el mueble de Ikea ni el quemazón en los dedos eran el origen. Eran solo los ecos. El origen de todo, como descubrí mucho después, se encontraba en el primer minuto de mi vida fuera del vientre de mi madre.

La Herida Primordial: Cuando la Madre «no Está»

Como ya os conté, mi madre estuvo a punto de morir en mi parto. Una hemorragia masiva. Su vista se fundió a negro. Y en ese momento, el más vulnerable de mi existencia, al buscar instintivamente a la madre que era mi todo, «ella no estaba». Su cuerpo estaba, pero su conciencia, su calor, su presencia, se habían ido al borde de la muerte.

Ese es el movimiento de amor interrumpido. Es el impulso más primario de un ser vivo —ir hacia la madre para tomar la vida— que choca contra un muro de ausencia.

El alma del bebé no puede entender de complicaciones médicas. Solo puede sentir. Y de esa experiencia de terror y abandono, mi alma sacó una conclusión que se convirtió en la ley fundamental de mi sistema operativo: para no sufrir, para no volver a sentir este dolor insoportable, lo mejor que puedes hacer es no necesitar.

La Doble Herida: La Vida Ausente y el Mundo Enfurecido

Y así, me convertí en un experto en no necesitar. Mi historia de infancia ayudando a mi padre no me enseñó a colaborar; me confirmó, de la forma más brutal, la lección de mi nacimiento.

Sistémicamente, la madre nos da el permiso para tomar la vida y la abundancia. El padre nos da la fuerza para ir al mundo. En mi caso, el movimiento hacia la madre se interrumpió, enseñándome que «la vida no está disponible». Y el movimiento hacia el padre me encontró con un hombre «enfadado con el mundo», enseñándome que «el mundo es un lugar peligroso».

Ambas heridas, la materna y la paterna, me susurraban la misma conclusión: «Estás solo. No confíes. No pidas. Hazlo tú mismo». Mi autosuficiencia no era una muestra de fuerza; era la cicatriz visible de una doble herida original.

Epílogo: Sanar el Primer Movimiento

La sanación de esta herida primordial no pasa por la comprensión intelectual. Es un movimiento del alma. Es el adulto de hoy mirando la escena original con compasión.

Es poder mirar a esa madre, con su difícil destino, y que el alma pueda, por fin, completar el movimiento. Es poder decir: «Querida mamá. Ahora lo veo. Fue difícil para ti. Y fue difícil para mí. Y ahora, como el adulto que soy, con todo, tomo la vida que me diste. Toda entera. Gracias.»

Este «tomar a la madre» es tomar la vida. Es el permiso para, por fin, dejar de sobrevivir y empezar a vivir. Es el permiso para, quizás algún día, atreverse a decir: «Por favor, ¿me ayudas con este mueble?».

Hemos mirado la herida con la madre, la que nos conecta con la vida y la abundancia. Pero, ¿qué hay del padre? ¿Qué tomamos de él?En el próximo post, exploraremos la otra gran corriente que nos nutre. En el próximo post, hablaremos de «Tomar al Padre: La Fuente de la Fuerza para Ir al Mundo»

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