A día de hoy, estoy inmerso en la preparación de mi cuarta maratón. Eso implica cientos de kilómetros corriendo, muchas horas de gimnasio y madrugones imposibles. Las 7 de la mañana es una hora perfecta para estar corriendo por mitad de una recta interminable. Te cuento esto para que veas que no soy precisamente una persona a la que le guste el sillón más de lo necesario.
Pero hubo un tiempo, no hace tanto, en que mi universo se había encogido a dos únicos puntos: la cama y el sillón. Cargaba con el peso del mundo sobre los hombros. Era una sensación frustrante, porque sabía que tenía la capacidad para entrenar, para trabajar y para vivir, pero la realidad es que las fuerzas no me daban ni para coger el mando de la tele.Ese agotamiento incomprensible daba paso a los remordimientos: «¿Cómo puedo permitirme estar durmiendo si tengo cosas que hacer?». Y esa culpa no hacía más que ahondar en mi sensación de ser un absoluto fracasado… y vuelta a empezar. Un círculo vicioso de agotamiento y autocrítica.

No es Cansancio, es «Comportamiento de Enfermedad»
Este agotamiento extremo, que no se alivia con el descanso, es uno de los síntomas más físicos y reales de una crisis profunda. No es pereza. No es falta de voluntad. La ciencia tiene un nombre para ello: somatización. Es el proceso por el cual una angustia psicológica que no podemos procesar se traduce en síntomas físicos.
Cuando el estrés de una crisis es crónico, tu sistema inmunitario libera unas moléculas llamadas citoquinas proinflamatorias. Son las mismas que libera tu cuerpo cuando tienes una gripe fuerte. Estas moléculas le dicen a tu cerebro que inicie un programa de conservación de energía llamado «comportamiento de enfermedad». Los síntomas son idénticos: un letargo profundo, dolores musculares, apatía y una densa niebla mental.
En esencia, tu cuerpo, en respuesta al estrés psicológico, se comporta biológicamente como si estuviera luchando contra una infección grave. No estás fallando; tu organismo está ejecutando un programa de supervivencia.
La Alarma que Nunca se Apaga: El Desgaste por Estrés Crónico
El cerebro no distingue bien entre un depredador físico y una amenaza existencial (la pérdida de sentido, el miedo al futuro). Ante una crisis, activa la misma alarma de incendios: inunda el cuerpo con hormonas del estrés como el cortisol para prepararnos para la «lucha o huida».
En una crisis, esta alarma nunca se apaga. La sobreexposición al cortisol es agotadora. Es como mantener un coche acelerado a fondo en punto muerto: el motor ruge, consume todo el combustible, pero el coche no se mueve. Esta es la sensación de estar «acelerado pero cansado». Los científicos lo llaman «carga alostática»: el precio que el cuerpo paga, el desgaste por uso de mantenerse en estado de emergencia constante. Por eso el sueño no repara; porque la alarma sigue sonando incluso cuando duermes.
La Pista Oculta: ¿El Peso de Quién Llevas?
Y a veces, ese peso que sientes, esa carga que te impide levantarte del sillón, no es enteramente tuya. Por una lealtad invisible, a menudo cargamos con el agotamiento, la tristeza o el destino pesado de un ancestro. El cuerpo, que no entiende de tiempo, simplemente siente la carga que el alma ha decidido llevar.
La pregunta que susurra nuestra Red Invisible es: ‘¿Este cansancio es solo mío, o estoy llevando también el de alguien más?’
Conclusión: La Sabiduría del Agotamiento
Si hoy sientes que el alma te pesa en el cuerpo, si reconoces ese agotamiento que ninguna siesta puede curar, quiero que te lleves esto: tu cuerpo no es tu enemigo, es tu aliado más sabio.
Este cansancio extremo no es un fallo. Es un testimonio del inmenso peso que has estado soportando, sea tuyo o heredado. Es una forma de descanso forzado, un «alto» fisiológico que tu organismo te impone porque tu mente no ha podido o no ha querido parar.
Mientras tanto, te dejo con una reflexión: la próxima vez que sientas esa pesadez, en lugar de luchar contra ella, pregúntale con curiosidad: ‘¿Qué es lo que realmente pesa tanto?’. No busques una respuesta. Solo haz la pregunta y, por un instante, permítete sentir ese peso sin juzgarlo. Es el primer paso para poder, algún día, empezar a soltarlo.
Y este peso no solo se manifiesta como cansancio. Cuando el cuerpo está agotado, nuestras defensas emocionales también lo están. Perdemos el ‘filtro’ que nos protegía del mundo y todo empieza a sentirse más afilado, más hiriente. Nuestra piel parece volverse increíblemente fina. De esta sensación, la de la hipersensibilidad, hablaremos en nuestro próximo artículo.